El narrador en primera persona de la NR actual.

Mujer  de espaldas a la ciudad en la que vive que la tiene de fondo, así como a un cuaderno de hojas que  vuelan arrancadas por el viento, mientras ella se hace un selfy.


Querida  lectora:

Para situarnos, me refiero a ese narrador protagonista que cuenta la historia en el más riguroso presente, tal cual le está sucediendo, como si el lector se encontrara flotando a su alrededor, acompañándolo, pero incapaz de observar el mundo por sí mismo y relegado  a escuchar de otro una visión interesada de todo lo que pasa, incluyendo los detalles intrascendentes de la acción y sus pensamientos, no tal cual se presentan en su mente, sino con todo lujo de detalles que va elaborando a medida que relata.  En la NR actual ese personaje suele ser la protagonista.

Es una retransmisión directa de lo que pasa que incluye sus pensamientos tal cual salen: pensamientos obsesivos, juicios infundados y en el peor de los casos, creencias irracionales como diría el sicólogo Albert Ellisaderezados con un montón de detalles en los que una misma no repararía, banalidades, pero que tienen que ser añadidos para que la lectora se entere de lo que pasa.

Se dice que el narrador en primera persona es el más íntimo de todos. Nos cuenta una historia que o bien le ha pasado a él  o a otra persona (si es testigo de la acción).  En la Novela Romántica, al tratarse de un género que exalta los sentimientos, esa cualidad, la intimidad, nos parece muy deseable. Lo cuestionable aquí es el tiempo, ese presente de indicativo típico de nuestras primeras redacciones de colegio.

La misma historia contada en pasado da otra perspectiva al relato. No solo por la razón obvia de que  entendemos por qué la lectora no está ahí y necesitan que se lo cuenten, sino porque, a pesar de la subjetividad de la primera persona, al menos sabemos que la narradora ha contado con la distancia del tiempo y el espacio, para haberle dado la coherencia y la reflexión  necesarias al relato, como sucede en las memorias. Así nos han  contado, como todas sabemos, grandísimas novelas a lo largo la historia de la literatura.

Pero en este presente, inmediato y telegráfico, que está tan  de moda, no sabes desde dónde escuchas a la narradora ni por qué no puedes verlo por ti misma.  Eso hace muy difícil (aunque no imposible) que te muestren algo sin contártelo (uno de los principios fundamentales de la narrativa), porque la protagonista es tu intermediaria, la única que tiene ojos y oídos. Tú participas poco e imaginas menos, solo lees, porque eso es lo que hacen las lectoras, brincando entre diálogos robóticos en unos casos o cargados de información en otros, en el que un personaje dice este tipo de cosas:“ –Como bien sabes…", y aún así se lo cuenta al otro para que tú, lectora, te enteres también.

La estrechez de las posibilidades que ofrece ese tipo de narración influencian y moldean a la protagonista,  convirtiéndola  en una narcisista que solo habla de ella y que tiene que describirse a sí misma de arriba abajo por su reflejo en una superficie brillante, y para no caer en engreimiento se ve obligada  a ser modesta, y describir algunos defectos que luego otro personaje se encargarán de desmentir y otra serie de recursos burdos y más que evidentes, que dejan ver toda la tramoya.

Este estilo narrativo no habrá surgido por casualidad y sin duda nos está diciendo algo. Tal vez tenga que ver con la hiperactividad y el exhibicionismo de hoy, que exige contarlo todo con rapidez y con todo lujo de detalles, sin importar que no sean más que los prejuicios del narrador o hechos parciales,  lo imprescindible es facilitarle al lector la tarea, dárselo masticadito y sencillo, en el lenguaje de la calle, para que no pierda tiempo; contarlo todo con pelos y señales para no tener que tirar de imaginación. La lectura deja con ello de facilitar la introspección y la reflexión, deja de ser una actividad que nos ayude a conocernos a nosotros mismos y al mundo, para convertirse en un mero consumo, una distracción más.

Stefan Sweig en su libro: El mundo de ayer: memorias de un europeo, ya comenzaba a percibir el principio de este fenómeno y dice al respecto refiriéndose a los cambios que trajo la I Guerra Mundial en el arte en general y en la forma de narrar en particular: “ Se suprimieron los artículos determinados, se invirtió la sintaxis, se escribía en el estilo cortado y desenvuelto de los telegramas, con interjecciones vehementes”.

Claro que a todo esto, me diréis, se puede llegar igual con cualquiera de los otros narradores que existen en la novela, y sí, es cierto, pero al menos corre el aire a ratos entre la lectora y la protagonista, te permite fijarte en otro personaje, en otra situación, dejas de ir todo el rato pegada a sus talones y el no saber por donde va a salir, hace el reencuentro más interesante. También permite ocultar información a la lectora y dosificarla para proporcionarla cuando cree más emoción sin que esta se sienta traicionada, como ocurriría con la primera persona.

¿Y es verdad que no funciona, es verdad que ese narrador es cargante, o es que está mal empleado?

Como suele ocurrir en el arte, nada está equivocado, solo tiene que encontrar su propósito y servirlo bien. Por ejemplo, en El curioso incidente del perro a media noche, de Mark Haddon, no solo está escrito así sino mucho peor; sin embargo, tiene su porqué y justo por eso conmueve al lector, utiliza el único recurso que es más poderoso que una historia bien contada, que es la que no se cuenta y aun así el lector deduce.

Como ya habréis podido deducir, yo no soy a protagonista de mis novelas. ¿Y vosotras, qué opináis, os gusta este narrador, conocéis otros casos en que sí haya funcionado?

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